15.8.06

Seguramente porque recibí la carta del cementerio en la que me dicen que si no hago no sé qué trámite lo van a tirar al osario. O tal vez porque el tema está fresco en las conversaciones de algunos amigos. O porque se cumplen siete años del día en que murió. Por todo eso, y quién sabe por qué otros motivos, hoy lo recuerdo. No como quisiera, claro, sino como puedo. Pero es que el pelotudo hizo todo lo posible para que hoy lo recuerde así, y yo todavía no aprendí a recordar también lo otro. ¿Me entendés? No podía venir y aparecerse de la nada, diez años después, para que me haga cargo de él y lo interne. Pero apareció y lo interné. Y yo sólo puedo recordar a partir de ahí. Cuando después de que la enfermera constatara la lesión en el ano él le dijera que, desesperado por no poder cagar, había intentado sacarse la mierda con los dedos. Cuando en el baño del hospital abrí la canilla al mango para tapar el ruido de mi respiración, agarré un trapo y lo limpié. Cuando inconsciente trataba con todas sus fuerzas de meter un poco de aire en sus pulmones. Cuando en la morgue lo pasaban como bolsa de papas de la camilla al ataúd, en bolas. Esa es la última imagen que tengo de mi viejo, y la primera que veo hoy cuando lo recuerdo.