Una noche fría de invierno X se acuesta a dormir con el ruido de la ciudad como fondo y despierta rodeado de un silencio que hacía mucho no escuchaba, en un lugar a la vez desconocido y familiar. Al cabo se da cuenta de que ha retrocedido en el tiempo aproximadamente doce años, si bien conserva intactos todos sus recuerdos y experiencias posteriores. Las escenas siguientes nos muestran a X aprendiendo a reconocer a su familia, sus amigos, los lugares y las rutinas diarias. Se producen situaciones angustiosamente divertidas.
Esa noche, en una fiesta, X reencuentra por primera vez a W, tan hermosa como la recordaba. Pero X sabe todo lo qué podría suceder y por lo tanto evita repetir lo que hizo en aquella ocasión. Sin embargo de una manera u otra ambos se buscan y acaban encontrándose. A pesar de ello X toma consciencia de que con cierto esfuerzo tal vez pueda evitar que suceda aquello cuyo desenlace conoce... pero no. X vuelve a hacer libremente lo que estaba predeterminado: elige a W -un planteo lamentablemente spinoziano, como diría mi amigo filósofo que simpatiza con los analíticos anglosajones. Pero ahora tengo la respuesta preparada: esto es un telefilm.
X despierta una mañana fría de invierno y en la escena siguiente lo vemos parado en la vereda, inmóvil, bajo el polvo que cae de una obra cercana.
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7.8.07
boceto de guión para telefilm: otra escena
6.7.07
boceto de guión para telefilm: una escena
Una mañana fría de invierno nuestro protagonista -llamémoslo X- está parado en la vereda, inmóvil, bajo el polvo que cae de una obra cercana. Luego de unos segundos se hace un flashback de los eventos más recientes pero en orden inverso. Así, primero vemos que X y una mujer -llamémosla W- se despiden con pocas palabras y gestos con las manos, sin tocarse ni siquiera acercarse. Luego -antes, en realidad- X y W despiden a otra pareja que por la vestimenta -tailleur habano ella y traje azul él- y por el lugar del que salen todos juntos -un tribunal- no pueden ser sino abogados. Después aparecen los cuatro en una sala dominada por un hombre de mediana edad sentado tras un escritorio, que con un discurso grave concentra la atención de X, W y los dos letrados. Este hombre -tal vez un Juez- recita fórmulas jurídicas, palabras revestidas de autoridad que hacen y deshacen -actos de habla performativos, como diría un amigo filósofo que simpatiza con los analíticos anglosajones-, a las que X y W asienten.
Se hace otro flashback. Vemos nuevamente a X y W -con aproximadamente diez años menos- en una sala similar a la anterior, sentados frente a un escritorio presidido por otro funcionario, escuchando atentos sus palabras. Pero el contexto es otro. Hay mucha gente rodeando a X y W, y cuando salen son recibidos por flashes, palabras en alta voz y saludos efusivos, todo difuminado en una lluvia de arroz que cuando escampa nos permite ver el beso que es capturado por el fotógrafo y cuya imagen se funde con la inmediatamente anterior al saludo en la vereda en la mañana fría de invierno diez años después, cuando X saca de su mochila algo que un zoom moderado nos permite ver que es una cámara de fotos, que entrega a W mirándola a los ojos. Entonces murmuran nuevamente las palabras de despedida, hacen los gestos con las manos y se separan. Y volvemos así a X inmóvil bajo el polvo que cae de una obra cercana, que luego de unos instantes mira hacia arriba con los ojos entrecerrados, se mete las manos en los bolsillos, y se va caminando, ni lenta, ni rápidamente.
Lo único que aún no sé es si esta escena corresponde al comienzo o al final.
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