28.2.07

-Si no le gustó, ¿por qué lo leyó, Jillsy? –volvió a preguntarle John Wolf.
-Por la misma razón por la que leo cualquier otra cosa. Para saber qué ocurre –John Wolf la miró fijamente-. En la mayoría de los libros una sabe que no ocurrirá nada. ¡Señó, una lo sabe! En otros libros una sabe qué ocurrirá, de modo que no necesita leerlo. Pero este libro –concluyó Jillsy-, este libro es tan enfermo que una sabe que va a ocurrir algo, pero no puede imaginar qué. Es necesario estar enfermo para imaginar qué ocurre en este libro.
-¿Entonces lo leyó para saber qué ocurre?
-No hay ninguna otra razón para leer un libro, ¿no?

--o--

-¿Usted no volvería a leerlo?
-Bueno… creo que no todo. Al menos no de una sola vez y también en seguida –Jillsy seguía confundida-. Bueno… -dijo tímidamente-, me parece que quiero decir que tiene partes que no me molestaría leer otra vez.
-¿Por qué? –quiso saber John Wolf.
-¡Señó! –dijo Jillsy con tono de hastío, como si finalmente se hubiera impacientado con él-. Parece tan verdadero –canturreó, pronunciando la palabra verdadero como el grito de un somorgujo sobre un lago, por la noche.
-Parece tan verdadero… -repitió John Wolf.
-Señó, ¿usted no sabe que es así? –preguntó Jillsy-. Si usted no sabe cuando un libro es verdadero –volvió a canturrear Jillsy- tendríamos que cambiar de trabajo, realmente –ahora rió, empuñando el sólido enchufe de tres patas de la aspiradora como si fuera un revólver-. Me pregunto, señor Wolf –dijo dulcemente-, si usted sabe cuándo un lavabo está limpio –se asomó a la papelera-. O cuándo una papelera está vacía. Un libro parece verdadero cuando parece verdadero –concluyó impaciente-. Un libro es verdadero cuando usted puede decir: “¡Sí! Así es como se comporta siempre la maldita gente”. Entonces usted sabe que es verdadero.

John Irving, El mundo según Garp, Tusquets, Barcelona, 1996, pp. 381/2.

24.2.07

de ética blogger

(Advertencia: este post es largo, denso, aburrido, ñoño, etc. Si Ud. carece de tiempo o ganas para leerlo le sugiero que se detenga aquí. Hay millones de cosas mucho más interesantes, por lo que le ruego que si aún así desea intentar la lectura se tome un tiempo y dedique cierta atención. Muchas gracias.)

Porque sí, tal cosa existe. Con ética me refiero a las (clases de) cosas que está bien y está mal hacer, en particular a lo que está mal, a lo que no se debe hacer, a lo que afecta negativamente a terceros1. Todo lo que viene a continuación está simplemente enunciado, o en el mejor de los casos, argumentado en esbozo. Pero estoy dispuesto a desarrollar argumentos junto a quien de buena voluntad quiera unirse a la discusión. Nada de lo que voy a decir es verdad revelada; serán "verdades" en la medida en que sean conclusiones de buenos argumentos y, como tales, revisables a la luz de mejores argumentos ulteriores. Pero el que sean revisables no implica que consistan en meras opiniones personales: si luego de un argumento desarrollado en las condiciones referidas se establece una cosa, esa cosa deja de ser una mera opinión personal. Los relativistas, los que dicen que nada está realmente bien o mal sino que todo se reduce a opinión personal, en última instancia son inconsistentes: terminan no haciendo lo que dicen. Por cierto, a esta acusación pueden responder "sí, ¿y qué"? Bueno, el aire es gratis, así como hacerlo vibrar mediante el uso de las cuerdas vocales, pero lo dicho no es más que eso, flatus vocis. He aprendido que no vale la pena gastar saliva con esa gente.

La blogósfera no es un territorio donde todo vale, todo está permitido, se puede hacer cualquier cosa y nada está bien o mal, del mismo modo en que tampoco está todo permitido en la "realidad" (el territorio donde yo estoy escribiendo estas líneas y Ud. las lee. No vamos a entrar en teorías exóticas al respecto). La confusión más corriente es la de suponer que si es posible (fácticamente) hacer algo, entonces se puede (está permitido) hacerlo. La confusión más sofisticada es la de sostener que si es posible (fácticamente) hacer algo y no se estableció castigo alguno en su contra, o sí se estableció pero por algún motivo no puede aplicarse, entonces se puede (está permitido) hacerlo.

Por ejemplo, es perfectamente posible tomar un Tramontina y embrochetar niños en edad escolar. Pero no está permitido hacerlo2, está mal. Y va a seguir estando mal aunque se deroguen todas las leyes que castigan el asesinato, o si por algún motivo el asesino tuviera la impunidad asegurada. Está mal, punto. Es claro que en algunos casos pueden existir atenuantes, no todo lo que está mal lo está de la misma manera. Hay cosas peores que otras.

En la blogósfera sucede lo mismo. Hay cosas que están mal, punto. Las confusiones señaladas surgen más fácilmente porque muy pocas, poquísimas, de tales cosas tienen asignado un castigo, y respecto de todavía menos de ellas es efectivamente posible aplicarlo. Entonces claro, parece que todo lo que es posible está permitido y más aún, que los conceptos de "bien" y "mal" no tienen aplicación alguna, todo es cuestión de opiniones personales, construcciones de sentido particulares, bla bla bla. A esta altura volver a decirlo puede parecer la obviedad o la estupidez más grandes, pero insisto, hay cosas que están mal.

No pienso enumerarlas porque creo que cualquiera con dos dedos de frente podría confeccionar una lista razonablemente completa. En verdad difieren bastante poco respecto de lo que sabemos que está mal en nuestras relaciones interpersonales en la "realidad". Hay que adaptar algunas cosas a este medio, por supuesto. Lo que ocurre es que resulta bastante más cómoda la otra postura. Es muchísimo más fácil no pensar que pensar. Y es aún más fácil cuando no se tiene presente el rostro del otro a quien se afecta.

¿A qué viene esto? Es una reacción que vengo incubando desde hace tiempo frente a intervenciones virtuales de toda clase, de bloggers desconocidos o no, incluso de amigos y hasta de mí mismo. Así como hay gente que tiende a leer en diferentes claves, por algún tipo de cuestión biográfico-profesional soy especialmente sensible a estos temas y leo también en clave ética. No es algo que me enorgullezca en particular; probablemente me ha traído más problemas que otra cosa y sin duda me ha hecho aún más antipático y desagradable. Tampoco soy un ejemplo de comportamiento ético: me he mandado mis enormes cagadas y lamentablemente lo seguiré haciendo, aunque espero que en menor medida y grado. Pero trato de ser consistente entre lo que digo y lo que hago. Igual todo esto es, en cualquier caso, otro tema.

1. Definir qué es lo que afecta negativamente a terceros en un grado tal que se pueda decir que ello está mal y que no se debe hacer es tema de otra discusión. Los límites son siempre difusos pero los casos centrales son claros, y eso es todo lo que se necesita saber para continuar con ésta discusión.

2. "No está permitido" en sentido ético, respecto de lo que está bien o mal hacer. Tampoco está permitido en sentido jurídico, respecto de lo que las leyes permiten o castigan. Pero yo me refiero al primer sentido, no al segundo. Hay muchas cosas que no están permitidas en ambos sentidos, pero esta coincidencia no siempre ocurre, no necesariamente debe ocurrir y en ocasiones es hasta desaconsejable que ocurra.

22.2.07

pdP #7: un post de P.

y cada vez estoy más convencida de que estoy mejor de lo que relato y que cada vez se me desarma más la idea premoldeada de lo que es estar bien con alguien y que en realidad las energías podría perfectamente direccionarlas a dinamitar la bendita culpa judeocristiana que me viene desde lo mas profundo de mi ser

nada más

19.2.07

¿Así que querés saber en qué pienso? Pienso en que hubiera querido seguir acariciándote con los ojos cerrados, con todos los sentidos puestos en las yemas de los dedos, que se habrían demorado en cada punto de tu cuerpo, construido tu imagen en mi cerebro y jugado con ella como si fuera un cubo mágico. En que me habría gustado que nos siguiéramos besando y lamiendo, dejándonos surcos brillantes de saliva sobre los cuales habríamos resbalado con facilidad. En que hubiera deseado seguir chupando a conciencia cada protuberancia y cada depresión, sorprendiéndote una vez y, sin darte tiempo para que te repongas, caer y sorprenderte otra vez. En que hubiera querido que no acabáramos nunca sino que continuáramos escuchando nuestras respiraciones cálidas y húmedas, pesadas, sintiendo que cada roce es una puerta abriéndose a otra puerta abriéndose a otra puerta que no conduce sino a otra puerta abriéndose a otra puerta, y así. En que no me habría guardado nada con tal de que no nos rindiéramos al cansancio, que ganáramos casi con timidez, lentamente, las horas que ahora vamos a ceder al sueño pero que podríamos habernos regalado cogiendo, cogiendo, cogiendo toda la noche sin detenernos un instante.

En todo eso pienso. Pero no te lo puedo decir porque también quería acabar, terminar con la fiebre, porque si me voy a morir -y me voy a morir- mejor que sea ya. Soy dos, el que quiere aquello y el que quiere esto, soy varios. Y vos también. Somos muchos y todos hablan, nadie se calla y estamos cansados, tenemos sueño, queremos dormir, no te vayas, quién sos. Y entonces no quiero ni puedo decirte todo esto que pienso, inevitable y casi imposible. ¿Para qué?

-No pienso en nada, hermosa; estoy muy cansado.

15.2.07

Mi hermano mayor y yo íbamos a la misma escuela -turno mañana- pero de alguna manera lográbamos ignorarnos tan completamente que no nos veíamos sino durante la caminata de ida y, a veces, en el colectivo de vuelta. Por eso siempre me pareció milagroso el modo en que, sin que yo dijera nada, se enteraba de que me metía en algún quilombo y aparecía para sacarme de ahí o al menos hacer que las piñas se repartieran más equitativamente. No preguntaba nada, sólo actuaba como si fuera algo inevitable. La verdad es que no sé si era mejor que apareciera o no, porque salvo en las muy contadas ocasiones en que según él -siempre según él- la razón estaba de mi lado, antes de llegar a casa ligaba alguna mano de su parte. Pero las trompadas de mi hermano eran inapelables, y tan inútil y tonto resistirse a ellas como a los 37° de una tarde de verano.

Mi hermano mayor me dio las primeras "Aeroespacio" de la colección que después regalé y el primer porro, en ese orden y el mismo día. Le habrá parecido mejor convidarme que arriesgarse al improbable chantaje con el que lo había amenazado. Él sabía que era joda eso de que le contaría a papá y mamá, pero igual me dio. Por si las moscas, supongo, porque además justo estaba de franco de la colimba y no quería problemas. Habrá sido su forma de agradecerme, qué se yo. Por mi parte no sé si le agradecí como debía. Después ya no hubo forma, apenas se fue empezó la guerra. Eso -que debía agradecerle- lo sé ahora. Pero me gusta pensar que el hecho de no haberlo botoneado y mandarinearme con él fue una especie de agradecimiento.

Ahora que soy más grande veo cuán tontos éramos mi hermano mayor y yo, que lo admiraba. Pero si estuviera yo sería el más tonto del par, eso seguro. Y él me sacaría las papas del fuego, como siempre.

12.2.07

Immanuel Kant (Königsberg, Deutschland. 22. April 1724; 12. Februar 1804)

Venía leyendo un cuento en el micro de vuelta a Buenos Aires1 y me encontré con un párrafo en el que el autor, a propósito de la especie de iluminación que suscitaba en el protagonista la lectura de una obra de Francesco Petrarca2, reflexionaba

Pareciera ser que, en el estado actual de nuestra especie, siempre es necesario que lo poco que nos pasa de esencial le haya pasado primero a algún otro, de manera que sólo comparativamente podemos llegar a sentirnos, gracias a una lucidez pasajera, y muy de tanto en tanto, con fugacidad fragmentaria, lo que creemos ser o lo que tal vez somos.*

Eso me puso en guardia. No coincidía con Saer en que siempre fuera necesaria una experiencia previa de otro, y tampoco en que la recreación de la misma se produjera por medio de la lectura. Una de las certezas con las que volvía -o, para ser sincero, la única certeza- era la de que a pesar de todas las incomodidades y riesgos (que son muchos) lo que venía de hacer realmente me definía como nunca lo había hecho cosa alguna, al punto de convencerme de que, si pudiera elegir, así es como me gustaría morir (que no es poco).

Sin embargo sé que no soy el primero ni el último en estar convencido de esto, y que quizás no habría podido siquiera barruntarlo librado sólo a mí, sin compartir la experiencia y el relato con otros. Y si bien la convicción se formó por la vivencia y no por la lectura, fue ésta la que me permitió tomar consciencia de aquella. Así es que depuse mi afán agonista y volví los ojos, un minuto antes perdidos en el paisaje severo de la Patagonia, al libro, que conciliador y generoso me devolvió lo siguiente:

Existe siempre durante el acto de leer un momento, intenso y plácido a la vez, en el que la lectura se trasciende a sí misma, y en el que, por distintos caminos, el lector, descubriéndose en lo que lee, abandona el libro y se queda absorto en la parte ignorada de su propio ser que la lectura le ha revelado: desde cualquier punto, próximo o remoto, del tiempo o del espacio, lo escrito llega para avivar la llamita oculta de algo que, sin él saberlo tal vez, ardía ya en el lector.**

1. Volvía de Neuquén, de intentar la cumbre del Cerro Domuyo.
2. Voy a suponer que era casualidad que dicha obra fuera El ascenso al Mont Ventoux. El Cerro Domuyo se encuentra en la denominada "Cordillera del Viento".

* Juan José Saer, La tardecita, Cuentos Completos 1957-2000, Seix-Barral, Buenos Aires, 2001, p.56.
** Ibidem, p. 57.

1.2.07


Voy a estar ausente por unos días. Si todo sale bien el 7 de febrero me tomaré una foto ahí. Si todo sale bien (bien para mí, no sé qué dirán Uds.) no tendrán noticias mías hasta el 12 de febrero aproximadamente. Y si todo sale bien volveré enterito, como me fui (y si no se enterarán por los diarios). No tengan miedo, quiéranse, cuídense, pásenla bien. Hasta la vista.