9.10.06

Era como caminar entre Haedo y Ramos un día de peregrinación a Luján. Pero no por Rivadavia sino Unter den Linden, hacia el Oeste, a contrapelo de la gente que volvía a la Brandenburger Tor, hasta la parada del tranvía que me dejaría en Alexanderplatz. No sé por qué quería ir; el nombre sólo me resonaba por esa miniserie de Fassbinder que jamás había visto.

(Tuve varios de esos "ataques simbólicos" -por llamarlos de alguna manera- en Berlin. Por ejemplo escuchar "Zoo Station" de U2 parado en el enorme hall de la Bahnhof Zoo, o ir a la Siegessäule sólo por "Las alas del deseo". Supongo que para amigarme con esa ciudad de otro modo tan dura.)

Al final tomé el tranvía, algo innecesario y tonto pues Alexanderplatz quedaba a pocas cuadras; conclusión: mientras me acomodaba inevitablemente seguí de largo. Pero cuando me di cuenta no me importó: no tenía apuro alguno y perderme en tranvía por la ciudad no estaba nada mal.

A medida que me internaba en lo que una vez se llamó Berlin Oriental todo fue cambiando. Alguien hubiera dicho que me estaba enfrentando a la arquitectura socialista; yo veía más bien un paisaje similar al de la zona de monoblocks que está por Ruta 4 y Crovara, frente al ex-Regimiento de La Tablada. Hasta la gente era parecida.

Al rato me pareció prudente volver, era casi de noche y empezaba a hacer frío. Después de cuarenta minutos de esperar el puto tranvía ya sudaba de los nervios, pero por otra parte el entorno me resultaba en cierto modo tan familiar que no me sorprendí cuando se me acercó este pibe de quince, dieciséis años, que me abrazó como si fuéramos amigos de toda la vida y me dijo que le diera todo lo que tenía encima o me cortaba, vieja. Quise gritar y no pude y la gente en la parada mirando al pibe que me choreaba y a mí boqueando, hasta que por suerte apareció el 630 y como pude me zafé y salté y le dije al chofer que me llevara que no tenía un mango mientras pasaban desdibujadas las cuadras del Camino de Cintura y el bondi me llevaba a cualquier lugar a cualquier lado.